lunes, 12 de marzo de 2012

El crecimiento del creyente..

El crecimiento del creyente
"la verdadera medida es el Señor Jesucristo; es con él, con quien debemos compararnos, y solo así sabremos si nuestra vida ha tenido un correcto desarrollo".

Para hablar de crecimiento, sin lugar a dudas, debemos saber con qué hemos de ser medidos, y si se trata de medir el crecimiento espiritual, debemos saber cuál es la medida que Dios ha establecido. Muchas veces se puede, equivocadamente, pensar que se ha crecido porque la persona se compara con sus semejantes, y así se establece una medida incorrecta y un concepto errado de sí mismo. La verdadera medida es el Señor Jesucristo; es con él, con quien debemos compararnos, y solo así sabremos si nuestra vida ha tenido un correcto desarrollo. Para ello, antes de cualquier medición, debemos saber si hemos experimentado la gracia de nacer de arriba, nacer de Dios. Solo habiendo experimentado esa gran bendición de parte del Señor, podremos pensar en crecimiento. “Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas.” (Stg.1:18) Esta es una gran misericordia de parte de Dios para con nosotros, que sin merecerlo, Cristo nos dio vida perdonándonos todos nuestros pecados, y viniendo a nacer en nuestro corazón. “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.” (Jn.3:3) y que esta es una obra absolutamente de Dios es evidente, porque Jesús dijo: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero.” (Jn.6:44) Entonces es vital comenzar por reconocer que la palabra de Dios está siendo sembrada, y cuando halla un corazón que la valora y la guarda, allí comenzará una nueva vida, y esa vida dará fruto.

Cuando se ha experimentado el nuevo nacimiento, entonces debemos pensar en el crecimiento, y para ello es necesario el alimento, además de hacer morir lo que corresponde a la antigua manera de vivir. “Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresías, envidias, y todas las detracciones, desead como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación.” (1P.2:1-2) La leche espiritual es aquella palabra que viene para lavarnos de las obras de la carne, es necesaria cuando somos niños, cuando todavía se manifiestan envidias, contiendas, celos, etc. Por lo que cuando estas cosas están en nosotros, debemos reconocer que nuestra estatura en Cristo aun es de niñez. “De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aun no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aun sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?” (1Co.3:1-3) Si vemos el ejemplo de crecimiento en el Señor Jesús; veremos que su crecimiento fue completo, en todas las áreas. “Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él.” (Lc.2:40) En esto podemos ver cuál es la voluntad de Dios para con todos los llamados a ser hijos de Dios. Crecimiento, fortaleza, sabiduría, y la manifestación de la gracia de Dios en ellos. También tenemos otro ejemplo en la vida de Isaac. “Y creció el niño, y fue destetado; e hizo Abraham gran banquete el día que fue destetado Isaac.” (Gn.21:8) Notaremos que es un motivo de gozo para el padre, ver que su hijo ha crecido y ya no necesita beber leche. Así Dios nos muestra su voluntad para con nosotros; El Señor se deleita en el crecimiento y madurez de sus hijos, que ya no andemos en la carne, sino en el amor, mansedumbre y humildad del Señor Jesús.

Diferente es apreciar que cuando no hay crecimiento, es motivo de tristeza y hasta de reprensión por causa de la dureza de corazón para entender la voluntad de Dios. “Porque debiendo ser ya maestros después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuales son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño.” (He.5:12-13) ¿Cómo aun no ha habido crecimiento después de tanto tiempo? ¿Cuál es la causa? Notaremos que es la dureza de corazón para recibir la palabra de Dios con mansedumbre, buscando entender lo que el Señor está diciendo. Los propios apóstoles fueron reprendidos por el Señor por su falta de entendimiento. “… ¿Qué discutís, porque no tenéis pan? ¿No entendéis ni comprendéis? ¿Aun tenéis endurecido vuestro corazón?...” (Mr.8:14-21) Hablando de esa dureza de corazón, el Señor mostró en la resurrección de Lázaro, que lo que separaba la vida de la muerte era una gran piedra. Si podemos ver en este milagro, una enseñanza práctica para todos nosotros, será útil para poder ser enriquecidos por esta verdad. Lázaro estaba muerto, sepultado dentro de una cueva, y tenía esta cueva una gran piedra puesta encima. Vino Jesús ante la tumba y dijo: “Quitad la piedra” (Jn.11:39) Notaremos que la Vida estaba afuera y la muerte estaba adentro de esa cueva separados por una piedra. Esto nos habla del corazón del hombre, con una dureza que le impide recibir aquellas palabras de vida que hay en Jesús. Ese “quitad la piedra,” es la palabra que debemos obedecer para que la vida llegue a nuestro corazón. Sacar toda dureza con la que se resiste a los mandamientos de Dios, y que impide el crecimiento espiritual del creyente.

Al recibir la palabra de Dios en nuestro corazón, y guardarla, ella va formando a Jesucristo en el creyente, por lo que se comenzará a manifestar él en nosotros; así se podrá servir al Señor, no según nuestras propias fuerzas o capacidades, sino por medio de la gracia que él nos ha dado. “De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación;…” (Ro.12:6-8) En esto se hace evidente el crecimiento espiritual. “Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo.” (Ef.4:7) No es por obras, no se trata de capacidades humanas; es lo que de Cristo vamos recibiendo solo por gracia; lo que sirve y edifica a los demás, es la porción de Cristo que hemos recibido. “…añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor.” (1P.1:5b-7) En esto tenemos una clara exhortación al crecimiento, al adquirir cada día más de Cristo, hasta la madurez. Así se puede medir la edificación del creyente. ¿Cuánto de estas características de Cristo están en nosotros? ¿Abundan? Sí, es necesario que abunden, porque de esta manera nos será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor Jesucristo.

No son los programas eclesiásticos, ni las tradiciones, ni las fiestas religiosas, las quenos edifican; sino que estar a los pies de Jesús escuchando sus palabras, es estar comiendo del Cordero para ser nutridos de su santidad. ¿Hasta dónde es el crecimiento? “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.” (Ef.4:13) La obra que Dios está haciendo es Jesucristo en nosotros; él es perfecto, él es la imagen del Dios Invisible; y debemos estar persuadidos de esto: que el que comenzó en nosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo. No debemos conformarnos con ser parte de una congregación, ni siquiera por estar sirviendo en alguna capacidad. El llamamiento de Dios es más allá de todo esto. El congregarse es justamente para ser edificados, para alcanzar madurez, y ser perfeccionados en todo. “…Cristo en vosotros, la esperanza de gloria, a quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre.” (Col.1:27b-28) ¡Cuán grande es la obra de Dios! Y solo Dios la puede hacer, y nosotros ser sus colaboradores, si aprendemos de él y dejamos que su gracia crezca en nuestros corazones. El apóstol Pablo, habiendo alcanzado el mayor de los ministerios, no estaba satisfecho, porque estaba muy consciente que el llamamiento del Señor es mucho mayor que ser apóstol, o maestro, o profeta. Es alcanzar la imagen perfecta de Jesucristo. “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.” (Fi.3:13-14) La misma palabra dicha a los Gálatas, nos habla hoy: “Hijitos míos, por los cuales vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros.

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